En
un pasado distante, y no registrado.
No
era divertido ser el vigilante de las puertas del infierno. Lo único peor era
que El Mal te tratara como su perra, y Makah’Alay Omawaya ya había pasado por
eso.
Por
decisión propia.
Un
tic comenzó en su barbilla esculpida mientras el salvaje viento arremolinaba su
largo cabello negro, azotándolo mientras estaba parado al borde de un
precipicio, con su cuerpo musculoso y sus armas delineadas por la luna.
Harto
y cansado, observó el rojizo cañón que estaba bañado por la luz de la luna y
haciendo que las sombras bailaran recordándole su pasado.
¿Cómo
era posible que un solo hombre arruinara tantas vidas?
No,
arruinar no.
Destruir.
No
tenía derecho a estar vivo. No después de todas la sangre que había derramado
por egoísmo con su cuchillo y sus flechas. No después de las atrocidades que
había cometido. Y aun así, aquí estaba. Solo.
Avergonzado.
Sin
poder morir.
Un
guardián designado dos veces a cuidar un mundo al que había hecho todo lo
posible para aniquilar. Si, no tenía sentido para él tampoco. Los espíritus
eran un misterio. No podía ni comenzar a entender su razonamiento al dejar que
él pudiera volver a este lugar.
Pero
entonces, la única lección que había aprendido después de pasar por todo esto
era la verdad en el antiguo dicho – El hombre tiene responsabilidades, no
poder. Después de todos estos años, finalmente entendía lo que quería decir.
No
voy a fallarles.
Ni
a mi mismo.
Estoy
decidido. . .
Él
vivía su vida presente por decisión propia, no por casualidad. Los espíritus no
lo habían elegido para esta tarea. Él se había ofrecido. Sin más excusas,
podría cambiar para mejor.
Esta
vez, sería motivado, no manipulado.
Sería
útil. No usado. Se destacaría, en vez de competir.
Desde
este momento en adelante, confiaría en su sabiduría interior e ignoraría al
consejo y a la opinión de los otros. Su autocompasión sin valor, finalmente lo
abandonaba y él haría lo posible para construir su autoestima.
Para
vivir su vida con honor, de la forma que siempre debería haber sido.
Su
mirada registró la profunda caverna debajo donde una vez había librado una
batalla contra un poderoso inmortal por un año y un día. Todavía no sabía cómo
o dónde había encontrado la fuerza para la batalla. Pero en ese entonces su
adrenalina y los años de humillaciones pasadas que todavía sentía aferrados a
su garganta habían evitado que sintiera ningún tipo de dolor. Habían evitado
que sintiera la fatiga y las heridas. Liberar tantas décadas de furia contenida
lo habían alimentado mejor que la leche materna.
Si
solo pudiera sentirse reconfortado. Pero con la pelea finalizada y la sangre en
sus manos, se sentía cansado y enfermo. Asqueado. Solo quería culpar a alguien
más. A quien sea. Pero al final, no podía ocultarse de una simple realidad.
Solo
él había causado esto. Había tomado la decisión y había dejado que alguien más
controlara sus pensamientos.
Ahora
era tiempo de enmendar las cosas.
No
estás libre, Makah’Alay. Nunca dejarás de servirme. Ahora te tengo por el resto
de la eternidad.
“No,
no es así.,” le contestó en su mente, tan fuerte que se escuchó en las tierras
del Oeste donde el Espíritu del Oso estaba apriosionado.
Con
suerte, por toda la eternidad.
Él
espíritu del oso había sido dueño de Makah’Alay Omawaya.
“Makah’Alay
Omawaya está muerto.” Asesinado por la traición de su hermano. Y eso también
había estado justificado.
Ahora
era solo Ren, y su alma estaba en las manos de una inmortal de una tierra
lejana del cual no supo de su existencia hasta el día de su muerte.
Art-uh-miss.
Ella había manipulado la magia que lo había traído nuevamente a este reino. Y
él se había jurado proteger a este mundo de las criaturas de sus hermanos, los
cuales eran predadores de las almas de la humanidad. La simetría y la ironía
del asunto no le pasaron desapercibidas.
Pero
entonces su gente siempre había creído en ciclos y en círculos…
Sé
amable con todos, porque volverás a encontrarte con ellos nuevamente. La gente
era la misma, solo las circunstancias cambiaban.
Y
el hecho de que Artemisa fuera la dueña de su alma después de todo lo que había
hecho, parecía justo. Sin mencionar, que le había permitido vigilar a su
hermano para asegurarse de que Coyote no dañara la tierra más de lo que lo
había hecho Ren.
Aun
así, no podía negar que mientras el Espíritu del Oso estuviera atrapado en las
tierras del oeste, el bastardo todavía poseía una parte de él que por siempre estaría
corrompida.
Una
parte que esperaba que estuviera sellada tan fuertemente como las puertas que
contenían al espíritu del oso.
Pero
muy profundamente, con los poderes que Ren había maldecido desde el momento de
su nacimiento, vio lo que iba a venir. Esas puertas se debilitarían. Y si bien
él era fuerte, un hombre, incluso un inmortal, no era tan fuerte. El abuelo
tiempo seguía adelante mientras espiralaban por las tierras que él había
cambiado para siempre.
Sus
fuertes manos moldeaban y le daban forma a la tierra.
Como
Ren, él la afectaba.
Un
día, el Abuelo Tiempo vendría por él y demandaría ajustar cuentas por todo lo
que Ren había hecho.
Por
todo lo que no había hecho.
Que
los buenos espíritus de la tierra los ayudaran cuando llegara ese día. El cambio
nunca llegaba sin sacrificios. Y si bien conocía su fuerte, también conocía sus
debilidades.
También
el espíritu del oso y su dama de compañía la Vidente del Viento. Ellos ya lo
habían reclamado como propio una vez.
La
próxima vez que se enfrentaran, Ren pelearía con todo lo que tenía. Pero sabía
que no sería suficiente. Volverían a poseerlo, y el mundo del hombre…
Ren
se encogió ante sus visiones del futuro y lo que le esperaba al mundo que no
tenía idea de las cosas que los hombres como él luchaban por contener.
No
importaba si no cambiaba nada. Él pelearía por el bien con más fuerza de lo que
había peleado por el mal. Si ganaba, todo iría bien. Si perdía…
La
muerte tenía algunos beneficios.
Gracias a RITO DE SANGRE!!
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